Notas

Por orden de aparición: Pablo, Natalia, Mariano, Hernán, Romina, Matías, Nicolás, Alejandro y Julieta

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jueves, 23 de diciembre de 2010

Introducción

                El tiempo que nos toca vivir se encuentra plagado de elementos electrónicos. Hornos de microondas, televisores de LCD, reproductores de música en formato MP3, teléfonos celulares con cámara de fotos y video incorporadas, computadoras de escritorio y personales, conexiones a Internet y un sinfín de aparatos que hacen de nuestra vida un paraíso digital que nos conduce por el sendero unidireccional de la tecnología de punta.
                Yo soy uno de los que –dentro de sus exiguas posibilidades- disfruta de éstos y otros avances tecnológicos y me gano el diario sustento trabajando como analista programador en una empresa de marketing telefónico. Me toca presenciar cómo el avance de la tecnología reduce cada vez más la brecha entre lo probable lo posible, cómo soluciona y allana las dificultades con sólo pulsar un par de botones y ver el inmediato resultado con ojos llenos de incredulidad.
                Esta es la realidad que nos circunda y nos contiene, casi en las postrimerías de la primera década del tercer milenio de historia. Este es el momento en el que me siento a escribir una colección de pequeños relatos dedicados a mis nietos -que tienen entre siete y diecisiete años- en las que quiero contarles que hubo otro tiempo analógico, más inocente y menos pretencioso. Que no fue mejor que éste sino que fue diferente. Un lapso en el que no sabíamos que nos hacía falta estar rodeados de microprocesadores para vivir y divertirnos. Y no lo sabíamos mayormente porque todavía no se habían inventado.
Lo más probable –si tengo que ser sincero- es que mis nietos ni se enteren de la existencia de estos opúsculos. Caso contrario –de enterarse- sólo imagino a uno de ellos leyendo las primeras líneas, antes de cerrar el cuaderno para siempre e irse a escuchar un tema de reggaetón. Sin embargo, no me dejaré vencer de antemano y arremeteré de lleno con el testimonio.
                No se tome lo que escribo como una oda a la nostalgia, ni se especule con intención de ponerle fichas a la frase “Todo tiempo pasado fue mejor”. No creo en ella porque me parece parcial y lacrimógena. Es bien sabido que nuestro cerebro utiliza la memoria selectiva para ocultar los recuerdos angustiosos que todos tenemos, y por medio de ese procedimiento nos facilita el tránsito por los caminos que se abren a nuestro paso. Nadie tendría la capacidad de afrontar nuevos desafíos, equipado sólo con viejos dolores.
Las historias que relataré, son verídicas en un noventa y siete punto ochenta y dos por ciento y me tienen como involuntario protagonista. Con el charme que me caracteriza y me precede, voy a contar sucesos representativos que acontecieron entre 1962 y 1972, años en los que viví en La Boca en dos casas al mismo tiempo o más o menos alternativamente. No garantizo la veracidad de relatos entre 1962 y 1966 ya que el testimonio de un bebé y un chico de cuatro años no tiene mucha validez legal que digamos, y la media lengua hace poco menos que ininteligible lo que el susodicho niño pretende relatar.
Tengo en la actualidad 48 años y todas mis facultades mentales en condiciones –aunque muchos de mis detractores se empeñen en afirmar lo contrario- de manera que me pongo a revolver recuerdos antes de que ese chiste malo de la vida llamado “vejez” me empiece a poner palos en la rueda. O en otros distritos corporales que por buen gusto no mencionaré en estas páginas. Me propongo hacer algo que llevé a cabo durante toda mi vida: Contestar preguntas que nadie me ha formulado jamás. Pero esta vez lo hago en forma escrita, no vaya a ser que algún día, aparezca el mezquino periodista que se empeñó en ignorarme durante toda mi vida, quiera saber alguna episodio de mi infancia y yo no esté vivo o en condiciones de responderle. Esto último vendría a cumplimentar uno de los papeles que siempre quise interpretar: el de “entrevistado”
Así pues, intentaré traer mis recuerdos y plasmarlos acá. Ojalá me sea dada la alegría de despertar el interés de mis amados nietos y quizás de algunos más. En principio, me permito el inmenso placer de hacer una de las dos o tres cosas que más me gustan, y que es escribir. Las otras, las que no estoy nombrando aquí, seguramente serán descubiertas a lo largo del relato.
Los llevo entonces al barrio de La Boca de los años sesenta, poblado de inmigrantes italianos como mi abuelo Pepe. A la calle Agustín Caffarena, a los números 80 y 150 que fueron las casas en las que viví casi al mismo tiempo…


3 comentarios:

  1. buenisimo pablooo espero las historias!!!...hay alguna relacionada con alguna pizzeria??..jaja asi tengo excusa y voy a comer ahi!...

    bye!!!

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  2. buenisimo abu...vos sabes qee lo voy a leer asi qee lo espero anciosa....te quiero mucho...muakkk

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  3. tee re queremos abuelo grax por cuidarnos y por asernos tan felicez y si algun periodista abla de vos nosotros estamos dispuestos a contestarle si es que vos no podes te vamos a querer hasta que te mueras y gracias por escribir,pensar y decir estas palabras maravillosas de todos nuestra familia



    TE REE QUEREMOS ABU

    PABLO,NATALIA,MARIANO,HERNAN,ROMINA,MATIAS
    NICO,ALE Y JULY

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